Quizás nos enfrentemos con la creencia de que jamás hemos sido tan libres como hoy. Economías globalizadas, sociedades de información y una vida cada vez más digitalizada, se asoman cual síntomas de aquella posibilidad de vivir con aquel mapa neurolingüístico de que el conocimiento es poder. Y todo pareciera indicar que aquellos debates inmortalizados sobre la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos ya no representan más que lecturas de arqueología de las ideas.
Ahora bien, somos capaces de detenernos a dudar un rato si de verdad estamos viviendo el esplendor de la libertad. Si todo lo que nos posibilitan las redes sociales, las plataformas digitales para el comercio, los servicios y la vida social, se trata de la libertad y sus valores de una vida digna.
Si sentimos la confianza de entregar nuestros datos, si nos sentimos identificados con todo lo que se expone y los grupos que han nacido para defender los derechos. Si nos regocijamos de felicidad porque nos sentimos reconocidos en la red de desconocidos. Si conseguimos respuestas a nuestros miedos y angustias en la información que nos llueve. Si ya ni nos preguntamos o preocupamos por la verdad sino por el algoritmo, las tendencias y su fama, pareciera entonces que estamos en otra era de la evolución del hombre y que transitamos a otros canales de nuestra experiencia.
O si más bien, son estas interrogantes las que nos agobian y nos hacen vacilar, pues no nos sentimos tan cómodos y tranquilos, entonces la noticia es que algo debemos interrogarnos acerca de la libertad. Sobre todo, porque no podemos darlo como un dato a resolver por algunos partidos llamados liberales, sino que se trata de aquella faena individual que no se conforma con una concesión partidista, que busca comprender más allá de las banderas libertarias y solo cuenta con la autonomía del pensamiento para defenderla y vivirla.
Vale entonces detenernos en este remolino y pensar de qué va la libertad como un valor sustantivo al hombre. ¿Qué nos pasa si osamos decir algo contra la corriente de las opiniones populares, que no es lo mismo que algo cierto o verdadero, sino algo superficial que pasó por el filtro del marketing? Corremos el riesgo de ser expulsados, segregados, vilipendiados y apartados. Incluso, podemos ser empujados a tomar la decisión de separarnos de la vida en común para no ser malogrados. ¡Eso, amigos, no es una vida en libertad!
La libertad es mucho más que la instrumentalidad de los medios digitales, que la última información de moda, el incremento de seguidores en las redes sociales, de los likes y de sentir que llevamos la razón porque responden a nuestros tuits de manera afirmativa y apologética. Incluso, es más que la simple afiliación a un grupo de libertarios que proclaman banderas políticas por la vida y la dignidad de las personas.
La libertad implica nuestra posibilidad de pensar y ser autónomos en nuestros criterios morales y políticos. Si cada vez más la búsqueda de la verdad y el sentido se diluye en la emergencia de tubazos periodísticos, en las tendencias del marketing digital y la monetización de contenidos, pues no será solo la censura de medios y la persecución política de estados totalitarios contra los individuos y ciudadanos, o la terrorífica biodominación, los signos de la pérdida de la libertad negativa: la que tiene que ver con la autorrealización y la plenitud del ser.
Se trata de que ya poco a poco se diluye la pregunta por las ideas políticas, el debate razonable por el destino de la humanidad y sobre nuestros actos de responsabilidad, que son aquellas cavilaciones que llevaron a la humanidad a crear civilización e ilustración, al triunfo del logos, y estamos siendo arrebatados por la superficialidad de las opiniones cada vez menos públicas e intersubjetivas y cada vez más reducidas a criterios de instrumentalidad. Se aviva el adagio filosófico de que la modernidad terminará acabando con la humanidad.
Mantengámonos atentos y siempre preguntémonos por el tipo de información, las fuentes y los intereses de quienes están moviendo todo. ¡A dudar de las tendencias! Pues no perdamos de vista aquella convención politológica de que la opinión pública es una verdad intersubjetiva del que nos valemos los ciudadanos para tomar partido por lo público o asumir una postura política entre otras. Huyamos de la levedad de la superficie.
El llamado es que la defensa de la libertad que podamos hacer desde los medios digitales mantenga siempre inquieta nuestra experiencia en el mundo y no que solo se contente por crear tendencias y abonar a unas opiniones entubadas en detrimento de otras. Defender los valores de la libertad es afianzar la pedagogía política y ciudadana y ayudar a pensar más que convertirse en recipiente de autómatas seguidores en búsqueda de soluciones llave en mano, a modo de autoayuda y coaching motivacional.
Por: Flor Izcaray